La sangre de mis pies se reconforta con el hielo,
yo que corro por los sueños detrás tuyo y no te alcanzo,
y tú entrando y saliendo de ellos
como si fueras el mismo suspiro de mi alma,
en estos tiempos en los que las niñas siguen riéndoles las gracias a los monos,
yo ya no lloro por nadie, porque ahora soy yo ese alguien
por quien lloran todos los demás.
Y ni Morris, ni Darwin, ni Bécquer.
Un día de estos se van a cerrar las puertas también para ti,
y nada, ninguna teoría, ningún nombre, ninguna de tus tretas,
te permitirán seguir entrando y saliendo como has hecho hasta ahora,
de mi corazón.

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