Hubiera querido ser dios y bestia,
incansable, voraz,
lo suficientemente intenso,
haberte marcado las huellas
y habértelas hecho imprevisibles y hondas,
haber tenido yo el poder en ese instante
para haber provocado el final de tus límites
y que no dijeras más hasta dónde o hasta cuándo,
para haber derramado sobre ti
pájaros y epopeyas en vez de frío,
haber sido otro yo otra tú otra situación y otro momento.
Haberte amplificado, detenido, repetido,
tantas veces y tantos días como hubiese sido posible,
tú, diosa y bestia, sobre mí,
y no haber necesitado más inviernos para redimirnos.
Haber empezado entonces, o antes, o después,
pero haber empezado.

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