EL DIA QUE MURIO AMY

Yo acababa de empezar mis vacaciones, cerré mi espacio para tomar aliento, borrando la rutina que convierte los días en horas de trabajo, la televisión, el móvil, la hora que ya no puse de alarma para despertarme, la hora en que ya no debía dormir, había olvidado que aquellos objetos son más que todo eso, yo estaba exultante, pletórico, nada podría bajarme de las montañas ni negarme subir a aquel avión, sábado 23 de julio por la tarde, pensando en coger el coche y llegar, con las palabras atascadas entre las cumbres, ignoraba el otro sentido de aquel día, camino de otro estadio y otra vida, la nieve había dejado de ser perpetua y abiertos los cielos las palabras se escucharon de fondo entrecortadas.
El día que murió Amy sólo al llegar, con el frío, tuve conciencia de ello.
Entonces me acordé de aquel poema que le había escrito:

A AMY WINEHOUSE

Amy, tú eres la mujer que siempre he deseado,
imperfecta, irreverente, provocadora
y diva de espejos y noches locas
de ese otro tipo de vida que nunca viviré;
si alguna vez tuviera la oportunidad
de conocer el alma que escondes detrás de las poses
y excentricidades, yo sería capaz
de superar tus canciones con mis poemas,
capaz de estar a tu altura
incluso en tus peores momentos; yo te quiero,
lo de menos es que no lo vayas a saber nunca.

Desde algún lugar ahora quizás ya lo sepas.

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