El mar un día soleado pero frío de invierno: miras a tu alrededor: las ruinas del verano. Mirando el horizonte pierdo la mirada: éste es el verdadero tiempo de la vida, pienso. 
Luego está la ciudad, los minutos calculados de sueño, de ducha, de vestirte, las horas indefinidas de trabajo, las individualidades que se van cruzando por la calle ignorándose los unos a los otros, capaces de gritarse unos a otros por segundos de espera en un supermercado aunque después al girar la esquina vayan a estar una hora hablando de la nada con un vecino.
La vida entera hablando de cambiar el mundo para llegar a la vejez y hablar de los achaques y los medicamentos. 
Odio la velocidad del mundo moderno, odio la estupidez del mundo moderno, odio las contradicciones del mundo moderno, odio la risa del mundo moderno.
Es verano y asisto en la montaña a la grandiosidad del silencio de la naturaleza: éste es el tiempo de la vida que yo quiero vivir.
Es un momento de paz, de felicidad.
Pero se rompe pronto: porque las cosas que odio de la humanidad también están dentro de mí.

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