ALMUDENA VIDORRETA

(1)

Sólo algunos hombres insaciables sabían decir no cuando aparecía la lluvia.
Al otro lado del océano la piña desborda mi silencio
y alguno de esos hombres insaciables
traga arroz con frijoles mientras yo me deshago en lágrimas,
lágrimas de lluvia,
lágrimas saladas como el mar.
Las olas, que son en parte mías,
hechas en este ingrávido mundo de círculos concéntricos,
resucitadas al menos en lo ínfimo gracias a mi llanto,
trepan por tus piernas,
los delgados filamentos que nos sostienen a ti y a mí en ocasiones,
la A invertida en la que ahogarme y soñar.

Nubes pérfidas, mezquinas,
arremolinadas en el cielo, duras como el hierro negro,
a punto de exhalar la vida que me mata,
la lluvia que trae el ahogo, los ácaros violentos de la insuficiencia,
el inhalador de la caída,
la caída sin paracaídas al otro lado del océano mientras me ahogo
y una virgen de alabastro me observa en sueños
musitando: tranquila, respira.

Recuerdo que algunos hombres insaciables odiaron la lluvia conmigo;
detestaron cada nube, cada víbora de cirros, cúmulos y nimbo-estratos
y treparon ignorantes para apagar el sol,
acabar con el calor, traer el frío
que, pesado, acabara con la lluvia.

Las mujeres haciendo top-less sobre los charcos,
paseando playa arriba como si fuera el paraíso,
como si alguna isla perdida del Atlántico
fuera al fin dominada por las madres de la agonía
que aspiraban a doblegar el universo.
Les crecieron los ojos,
hicieron suyas todas las manos del mundo
y comprendieron que sólo alguno de los hombres insaciables
merecía yacer desnudo sobre las sábanas de la tormenta.

Recuerdo el miedo pánico a los aires calientes alojado en mi barbilla,
frío y pesado hasta dejar la boca abierta,
los cambios en la lengua y en el pecho
y tantas tardes amenazada por la lluvia.

Os diré que resucitó la mirada pétrea del ignorante,
que en el cielo hay un hogar para los barcos
y que el paraíso está, me dicen, a tan sólo doce horas de avión.
Decidí dejarme llevar por el agua
a todos los lugares del mundo.

En cambio tú
me has enseñado a permanecer en la incertidumbre
amando al mismo tiempo con la certeza,
a dejarme morir atravesada por la lluvia

aunque sepa que en el fondo
eres también insaciable.

(2)


HUELE a ti en cada punto del jersey,
en cada pespunte de los tejanos.
Tu madre no me regala tu ropa
para que la aproveche; siente lástima
y pone al alcance de mi cuerpo
la leve parte de ti que permanece
desde hace años en un armario.
Todo lo que poseo de tu alma
cabe en una bolsa de viaje.
Aunque no lo sepas, siempre te llevo conmigo.

(3)

No soy como tú,
soy diferente, llegó a pronunciar la hija del hombre
hasta tres veces antes del canto del gallo.
Tragará la sangre de su propio padre a borbotones,
será acusada de recaer en el pecado original
y la vida volverá a sucederse de manera irremediable
igual que las novelas que ya están escritas.
Empecinada en cada cosa como si le fuera la vida en ello,
toda vendida cuando el Padre ejercía su derecho a veto no legítimo
y jamás tan ansiosa por ser sincera como aquel día:
No soy como tú...
Y en cada gesto, descubrir la falsedad de tal creencia,
y hallar rastros de su sangre
hasta en las muecas más recónditas
o las reacciones reservadas sólo para la intimidad.
No soy como tú
y repetir su deseo cada día y cada noche
en un intento vano por cambiar las normas,
en un conjuro imposible para el desarraigo.
No soy como tú,
pero serlo.

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